Nos
quedamos solas muy pronto anoche, tus amigas se fueron, pero tú no querías
dejar la pista de baile y yo me quedé toda la noche contigo. Porque verte sonreír
de aquella forma era lo mejor que podía hacer, me uní a ti en la pista de
baile.
Te agarraste a mi cuello sin dejar de mirarme a los ojos, esos
ojos que me tienen loca desde que te vi por primera vez, no sabía si tendría
otra oportunidad, si ese repentino acercamiento se debía al alcohol que corría por tus venas o si por el contrario deseabas tanto como yo que te besara.
Y Dios, lo hice… mi corazón se aceleró desbocado, mis manos
acariciaron tu mandíbula y te acercaron más a mí… Cualquier centímetro de
separación era demasiado. Note como tu cuerpo se tensaba ante mi contacto y como
tus manos me alejaban de ti.
Me miraste con los ojos muy abiertos y me dijiste: Lo siento, soy hetero.
Cogiste tu bolso y te dejé ir.
Salí del bar con las manos en los bolsillos y el alma en el puño,
camine de vuelta a casa, convencida de que no te volvería a ver, que me sacarías
de tu vida tan rápido como me habías dejado entrar.
Al llegar al portal, saqué las llaves y entre, me dejé caer en el
sofá demasiado cansada incluso para dormir.
Y permanecí allí sin hacer nada, durante lo que pareció una vida
entera, sin poder quitarme tu rostro de miedo de mi mente.
El mismo miedo que tenía yo a perderte, pero escuche el ruido de
mi salvación, el timbre y varios golpes en la puerta acompañados por mi nombre
con esa voz que me sonaba a música celestial.
Pero no podías ser tú, como era posible… Debía ser fruto de mi
imaginación, pero el timbre y mi nombre no dejaron de sonar hasta que me levanté
y fui a comprobar que no me estaba volviendo loca.
Y allí estabas… calada con el pelo pegado a tu cara y con el rímel corrido pero más preciosa y
perfecta que nunca.
Y no me diste tiempo a decir nada, diste un paso hacia mí y te
apoderaste de mis labios, y nuestras lenguas se encontraron ávidas de sed…
En ese
preciso momento, en lo más profundo de mi ser supe que estabas hecha para mí.
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